Visto desde la cosmovisión aymara la muerte es una transición a otra dimensión. La muerte no existe, es una transmutación. El aymara no concibe la existencia del cielo ni el infierno. El “kollan jaqe” tiene 4 “ajayus” (energía-espíritu), dos que se queda con el fallecido y dos que se van a los cerros; por eso los cerros son “achachilas” (abuelos-antepasados), la muerte para el aymara no es sinónimo de dolor más bien de alegría.
En esta pandemia del covid-19, los aymaras prefieren enterrar a sus muertos en sus pueblos, donde hay mayor respeto al difunto. Para el aymara, la persona que fallece es sagrada, se los entierra con sus pertenencias más queridas; se le encomienda “irayas” para que lleve mensajes y elementos a otros fallecidos de la familia.
Antes de la invasión española, los aymaras se enterraban en los “chullpares” en posición fetal y lo momificaban y cada 1 de noviembre a medio día iban a traer los restos, le cambiaban de ropa y lo llevaban en andas hasta su casa, allí se compartía comida y todo lo que le gustaba al difunto, se conversaba con el como si escuchara y al día siguiente se lo volvía a llevar a su nicho con música y bailes.
Como se ha prohibido sacar a los difuntos hoy cada 2 de noviembre la familia va a la tumba para poner flores, caña, alimentos y regalarlos a las personas que rezan, el municipio de La Paz prohibió ingresar al cementerio y por eso ese rito se hace a tres cuadras a la redonda.
El aymara sabe cuándo va a morir; los familiares muertos le mandan señales como: la llegada de una mariposa nocturna “thaparaqu”, la llegada del búho, la abundancia de hormigas, sonidos en la casa, el aullido del perro etc. El ajayu del que va a morir se manifiesta y anuncian de su partida a través de sueños a las personas especialmente las que tienen “chimpu” (nacidos de pie, 6 dedos, dos coronas, mellizos, caídos del rayo, etc)
La adoración a las “ñatitas” (calaveras) se debe a que esas cabezas son de personas que ha perdido la vida en accidentes o sea antes de que termine su ciclo en esta tierra, los ajayus de esas personas están entre las dos dimensiones por eso son excelentes mensajeros para comunicarse con los antepasados. El que posea esa calavera tiene que atenderlo como parte de la familia, darle agua, hacerle “pijchar” (mascar coca) darle comida y en caso de problemas hacerle conocer y realizar sus peticiones.
Cuando se vela a un aymara se ríe, hasta se baila, eso se bebe porque al difunto le gustaba y tenía ese carácter; se da comida no como agradecimiento, es señal de que se está compartiendo con el difunto por eso antes de comer se reza y se dice “que se reciba la oración”.
La muerte para el aymara tiene otra connotación con relación al occidental, el lugar donde está enterrado no puede ser perturbado, es sagrado, si hurgas los chullpares te da una enfermedad que te puede llevar a la muerte. Si se incinera el cadáver se estaría matando el ajayu y se perdería la conexión.
Hoy vemos aberraciones en el tratamiento de los difuntos desde la cosmovisión aymara en esta pandemia, no se respeta al fallecido. Sin duda los ajayus de los difuntos están penando por que no se despidieron de sus familiares.
Es urgente realizar ritos de despacho que consiste de mandar a los ajayus hasta el “wiñay marka” que es el lugar donde moran sus “espíritus” en los cerros, para que desde ahí vigile y que resguarde a la familia de todo mal, de lo contrario puede ocurrir calamidades.
Tata David Ticona Balboa (Tico Tico): es Abogado, periodista y yatiri amawta cel:71539769