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Hallan diez calaveras en kiosco de El Alto: entre la fe ancestral y las sospechas de tráfico de restos humanos

Poradministrador

Nov 8, 2025 #El Alto

CEPABOL/08/2025.- Un operativo policial sorprendió este jueves en la ciudad de El Alto al detectar diez calaveras humanas en el interior de un kiosco, hecho que inicialmente fue interpretado como un posible caso de tráfico de restos humanos, un delito que suele vincularse al saqueo de tumbas en los cementerios alteños.

Sin embargo, el Amawta Uriki Ticona, explicó que, muchas personas conservan cráneos como parte de una práctica ancestral que forma parte del culto a las “ñatitas”, una costumbre profundamente arraigada en la cosmovisión andina. En esta fecha, los devotos adornan las calaveras con flores, hojas de coca y cigarrillos, y les agradecen o piden favores a través de oraciones dirigidas a los “Achachilas”, los espíritus protectores que habitan en las montañas.

Según el Amawta (sabio andino), en cultura aymara no cualquier cráneo puede ser venerado. Según la tradición, las “ñatitas” pertenecen a personas que murieron de forma repentina o antes de cumplir su ciclo vital, por lo que sus ajayus (energías o espíritus) permanecen entre los mundos de los vivos y los muertos, convirtiéndose en mensajeros entre ambos planos.

Cada 8 de noviembre, de acuerdo con la cosmovisión de la nación ancestral milenaria cósmico-telúrica aymara, se recuerda que a los ocho días del fallecimiento “revienta el ojo del difunto”. Es entonces cuando debe realizarse el primer despacho del ajayu (energía o espíritu). Esta costumbre se practica desde tiempos inmemoriales.

La adoración a las ñatitas (calaveras) se debe a que esas cabezas pertenecen a personas que perdieron la vida en accidentes o antes de cumplir su ciclo en la Tierra. Los ajayus de esas personas se hallan entre dos dimensiones, por lo que son considerados excelentes mensajeros para comunicarse con los antepasados. Quien posee una calavera debe atenderla como a un miembro más de la familia: darle agua, hacerla “pijchar” (mascar coca), ofrecerle comida y, en caso de dificultades, comunicarle sus problemas y realizarle peticiones.

Desde la cosmovisión milenaria aymara, la muerte no significa ir al cielo ni al infierno, sino que representa una transición o transmutación hacia otra dimensión. Se cree que cada persona posee cuatro ajayus: jañayu, sakapa, chiwi y ch’ixu. Estas energías se distribuyen tras la muerte: una va al centro del cosmos, otra permanece en la vivienda o donde exalo el difunto, otra se dirige a los cerros (achachilas) y otra desaparece con el cuerpo físico.

Cuando una persona ha cumplido su ciclo de vida, la muerte es una fiesta, sinónimo de alegría. Por ello se tocan pinquillos, y los días 2 y 3 de noviembre se acompañaba siempre de bebidas alcohólicas. Beber no es malo para el aymara; lo incorrecto es hacerlo sin motivo. Para esta cultura, la persona que fallece es sagrada y se cree en su resurrección.

La muerte para el aymara tiene una connotación distinta a la de la cultura occidental. El lugar donde reposa un difunto es sagrado y no debe ser perturbado. Hurgar en los chullpares provoca enfermedades graves e incluso la muerte.

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