El llamado «modelo económico cruceño» ha sido catalogado como el más exitoso de Bolivia. Este modelo no solo se ha sostenido en el esfuerzo del sector privado, sino que ha estado profundamente vinculado a la intervención estatal. Desde hace décadas, el Estado ha brindado apoyo continuo a través de políticas migratorias, incentivos impositivos, créditos y apertura de mercados. Gracias a estas acciones, Santa Cruz se ha convertido en un pilar fundamental de la economía boliviana.
Sin embargo, este modelo también presenta varios problemas que caracterizan a gran parte de la economía del país. Al igual que otros sectores, el modelo cruceño está basado en el extractivismo, y se ve afectado por la falta de institucionalidad y la flexibilización normativa. Un ejemplo claro de las consecuencias de esta dependencia extractivista es el daño ambiental causado por los chaqueos, que genera humo y afecta la calidad de vida en varias regiones del país. Ante esta realidad, cada vez más voces reclaman un cambio en el modelo económico hacia alternativas más sostenibles.
Uno de los desafíos es replicar políticas de Estado similares a las que beneficiaron a Santa Cruz, pero orientadas a romper con el extractivismo y fomentar modelos económicos sostenibles, que respondan a la realidad de las mayorías y se adapten a la informalidad que caracteriza a gran parte del país. Es necesario diversificar los polos de desarrollo hacia otras regiones como el Altiplano, el Chaco y la Amazonía, permitiendo que Bolivia evolucione hacia una «Bolivia Multipolar».
Un ejemplo significativo de cómo puede surgir un nuevo polo de desarrollo, incluso sin el apoyo estatal tradicional, es la ciudad de El Alto. En los años 90, El Alto era considerada la ciudad más pobre del país, pero a pesar de la falta de incentivos económicos comparables a otras regiones, la ciudad ha experimentado un crecimiento económico impresionante. En 2021, El Alto contribuyó con el 9.1% al PIB nacional y posiblemente haya superado el 10% en la actualidad. Este crecimiento se ha dado a pesar de la informalidad y la ausencia de un apoyo estatal significativo.
El Alto ha demostrado que es posible generar riqueza en una región que carece de recursos naturales y tierras fértiles. El «espíritu aymara contemporáneo» ha encontrado en el comercio y la manufactura los medios para acumular capital y avanzar hacia la creación de una ciudad industrial. A lo largo de los años, El Alto ha sido testigo del surgimiento de una élite económica y cultural, conocida como los «qamiris», quienes han transformado la pobreza en oportunidades.
A pesar de las dificultades, El Alto se proyecta hacia el futuro con una visión innovadora. Los economistas de los años 90, como Mahbub Ul Haq, ya vislumbraban el potencial de la ciudad, sugiriendo que si se invertía en su gente, El Alto podría convertirse en un motor exportador. Hoy en día, la robótica artesanal y el desarrollo de hardware comienzan a tomar forma, y el sueño de convertir la ciudad en un «Tiwanaku Moderno», un hub tecnológico, está más latente que nunca.
Para que este «otro» modelo económico prospere, es fundamental superar la lógica extractivista e incorporar enfoques como la economía circular y la economía naranja, que fomenten la sostenibilidad, la eficiencia energética y la innovación. Las oportunidades en El Alto y otras regiones del país están esperando ser aprovechadas, pero para ello, se necesita una voluntad política firme y políticas de Estado comprometidas con el desarrollo de la gente, no solo de los recursos.
El camino hacia un futuro más sostenible requiere un enfoque que priorice a las personas y que se base en la creación de oportunidades a largo plazo. Bolivia tiene el potencial de transformar su economía, pero es esencial que este cambio sea impulsado desde la inversión en su población y no desde la explotación de sus recursos naturales.
En base al texto de Guido Alejo.